La naturaleza que sucumbe a la avidez humana

He viajado a mi pasado, adonde viví muchos años, un lugar costero que como todo lo que sigue en la línea del Mar de esta Cataluña marinera, ha cambiado, y en donde se vivía, y se vive entre Mar y Montaña.

Tuve la frondosa montaña de entonces a la espalda y de cara el azul de este Mediterráneo que nos separa y nos une a la vez hacia tierras africanas. He visitado la montaña, y veo como la huella del hormigón destructivo, ha inundado unos rincones bucólicos e inexplorados, entones por las grúas y las hormigoneras, pero hoy está cambiado el paisaje, y ya no es la misma montaña porque de un pequeño hospital al que vino a inaugurar el entonces príncipe Juan Carlos I hará unos 30 años, hoy es todo un mastodonte con helipuerto incluido, y construido en terrenos robados a la flora y en donde poco queda ya de aquel pequeño edificio.

Su alrededor se ha llenado de carreteras, caminos, chalets adosados y pequeñas urbanizaciones impuestos a la tierra verde por médicos, enfermeras y autoridades del sistema sanitario. Cuando subo a la fuente de "la Mora" compruebo que aún está viva con un misero chorro, que como entonces nace en la ladera de siempre, y junto a ella la cueva del ermitaño que seguramente, y con el paso de los años pasaría a mejor vida, y con el que casi siempre, a media mañana y cuando me paraba a descansar de la subida, compartía el bocadillo mientras me contaba sus aventuras vividas por aquellas montañas.

Más arriba, y a una distancia que no me atrevo iniciar, el cuerpo ya no aguanta tanto, está la torre románica que luego supe que no era románica. A su alrededor de la pequeña explanada, hay unas pequeñas casitas, y un antiguo cementerio, antiquísimo, y que aún conserva en sus lápidas escudos de títulos nobiliarios. Cuida de todo aquello unas monjas de clausura, que nunca en todos mis años de visita al lugar conseguí ver.

Allí la fiebre constructora y aniquiladora del verde y natural aún no ha llegado, y admirando la belleza del lugar, me acerco a la "fuente de los cazadores" en donde y a mi llegada sorprendo y asusto a unas palomas torcaces que inician el vuelo estrepitosamente, y dudando de si recordare el camino me adentro por los vericuetos de detrás de la cantera abandonada, y a mi paso huelo la huella de cobijos de jabalíes, esperando no tener la mala suerte de tropezarme con ninguno.

Una vez arriba ya estoy de nuevo, y junto a la carretera, en la civilización, y entre pinares, me bajo a la vista del enorme hospital que ha cambiado la faz y la silueta de la montaña, y cuando al final del paseo vuelvo la vista atrás de un sitio al que visite y recorrí tanto, pensando al coger el coche, en la frase de mi amiga Welcome, que todo cambia, a peor o a mejor, qui lo sa rabana.