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Monólogo sobre el hambre
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Monólogo sobre el hambre
Hoy, esta noche tan señalada por nuestras costumbres, podría escribir mucho, pues no en vano muchos años de vida me respaldan, pero no, en vez de eso, y en el que los recuerdos llevaran a la nostalgia, a la melancolía, y la tristeza, traigo algo que escribí hace años, y que al menos me hace sonreír.
MONOLOGO SOBRE EL HAMBRE
(Retocado, no maquillado, el 27/05/2010)
Creo que se ha escrito poco del hambre, de la nuestra, de la pasada que es tan decente como cualquier otra, y quizás será por vergüenza, por no hacer como el Juez Garzón sacando nuestros trapos sucios al aire comunitario y que luego nos salga cualquier vecino diciendo que hemos sido unos muertos de hambre. Pero es bueno hablar del hambre, de la pasada claro, hay que insistir, porque no creo que con la esperada subida del IVA en dos puntos y los recortes de todo tipo, volvamos a las cartillas de racionamiento.
No,. Claro, claro, que hay dejar claro que estas generaciones no han conocido las cartillas de racionamiento, ni el pan negro, ni el caramelo en el café por falta de azúcar, que no era café ni nada, si no malta tostada, y por lo que nos preguntábamos los niños de aquella época, de que si había azúcar para los caramelos, ¿por qué no había para otras cosas?.
Nosotros conocimos la leche en polvo, y el queso americano que nos lo repartan en el colegio, y en la iglesia del barrio, que no es lo mismo. Pero hambre, hambre, lo que se dice hambre no pasábamos, quizás porque el estómago puede que sea elástico y se readapta en tamaño a todas las circunstancias. Lo malo, o lo bueno, según como se mire, era cuando había comida en abundancia como en las Navidades, fechas en las que hasta se comía carne, Entonces de la mesa no te apartaba ni ni el saludo brazo en aLto franquista, y se tragaba como nunca, tanto que el abuelo que nunca faltaba en ninguna casa, te lo decía, "niño, no vayas a beber agua ahora que reventaras" si porque los abuelos sabían mucho de todo, y como habían tenido y cuidado de alguna que otra piara de guarricos, sabían que a estos habían que apartarlos del agua cuando comían maíz porque entonces, si bebían reventaban.
Y es que por esos días de tanto comer nos deformábamos, parecíamos niños preñados de nueve meses, y nos salía una barriga enorme que parecía que llevábamos una mochila colgando del pecho. Pero para estos casos también había sus trucos para comer más, uno de ellos era quedarse unos días antes de las fiestas en ayuno total, porque el parcial ya lo hacíamos involuntariamente, pero después, una vez llenos, no salíamos a la calle a correr, a dar saltos para hacer sitio.
Por estas fiestas la calle parecía un partido de fútbol a media noche, sobre todo porque aún quedaban en la mesa, los turrones, los mantecados, los rosquillos etc.
Los abuelos de aquellos tiempos sabían mucho de todo, y siempre estaban en
las casas, en cada vivienda siempre se tenía uno, y a veces hasta dos, todos vestían de negro, de luto, era como un uniforme que valía para todos S,y la familia que no los tenía se los dejaban unas a otras, si porque una casa sin abuelo era rara, y parecía como que le faltaba algo, pero como sabían mucho y de todo, daban a la familia buenas ideas para llegar a fin de mes, ideas que ahora se podrían llevar a cabo, sobre todo si el pago de la hipoteca coincide con ese final de mes.
Una de ellas era la de comer “ a la carta.” ¿Qué cómo se come eso? `Pues a la hora de la comida con los cubiertos y las servilletas preparadas, la familia se reunía para comer y se repartía las cartas de una baraja, una a cada comensal y al que le salía el as de Oros, ese comía. Yo tenía un primo que tenía mucha suerte con esto de las cartas y había semanas que comía hasta tres días seguidos, y estaba gordo y lustroso, mientras que sus pobres hermanos daba lástima verlos, todos canijos, escuchimizados, tiñosos, con pulgas, una pena de niños. Pero no sé que le hicieron sus hermanos en la boca, al de la suerte, que por alguna rara enfermedad que al poco tiempo de ganar siempre con las cartas, pasó a que solo podía beber agua y caldo de gallina., Después se quedó canijo y tan escuálido como todos.
Éramos los niños de aquella época expertos en el ayuno, tanto que hasta sabíamos dibujar el mapa del hambre, tan bien, tan detalladamente que el maestro nos felicitaba y todo. Y el cura como nos conocía de cada tarde, de cuando esperábamos el pan con chocolate, una porción de tan codiciado manjar que únicamente lo chapábamos y le pegábamos pequeños mordisquitos para que durara más, cuando nos confesaba no nos ponía la penitencia del ayuno, para que si ya la llevábamos puesta.
Pero hambre lo que se dice hambre no pasábamos, …¡¡.hombreeee!! ganas de pasteles y dulces, como todos los niños, que en la pastelería del barrio, el dueño tenía que despegarnos cada tarde con una enorme espátula del cristal del escaparate que se lo dejábamos todo perdido, lleno de babas y de sudores de los manotazos, y hasta de pelos pegados por los cabezazos.
Pero hambre lo que se dice hambre de morirse no, entonces había mucho pescado frito, mucha verdura, y mucha patatas fritas. o sea que hacíamos una dieta autentica mediterránea tirando a subsahariana. O sea, de comer había, no las tonterías comestibles de ahora que hace a los niños gordos y fofos, antes estábamos fuertes y ágiles, y raquíticos aunque soñando siempre con un bocadillo de anchoas en aceite de oliva.
Pero hablando tanto de comer, esto da hambre, y me voy a desquitar de esos tiempos pegándole un viaje al cuerpo sonrosado de mi pata negra que me está esperando.
MONOLOGO SOBRE EL HAMBRE
(Retocado, no maquillado, el 27/05/2010)
Creo que se ha escrito poco del hambre, de la nuestra, de la pasada que es tan decente como cualquier otra, y quizás será por vergüenza, por no hacer como el Juez Garzón sacando nuestros trapos sucios al aire comunitario y que luego nos salga cualquier vecino diciendo que hemos sido unos muertos de hambre. Pero es bueno hablar del hambre, de la pasada claro, hay que insistir, porque no creo que con la esperada subida del IVA en dos puntos y los recortes de todo tipo, volvamos a las cartillas de racionamiento.
No,. Claro, claro, que hay dejar claro que estas generaciones no han conocido las cartillas de racionamiento, ni el pan negro, ni el caramelo en el café por falta de azúcar, que no era café ni nada, si no malta tostada, y por lo que nos preguntábamos los niños de aquella época, de que si había azúcar para los caramelos, ¿por qué no había para otras cosas?.
Nosotros conocimos la leche en polvo, y el queso americano que nos lo repartan en el colegio, y en la iglesia del barrio, que no es lo mismo. Pero hambre, hambre, lo que se dice hambre no pasábamos, quizás porque el estómago puede que sea elástico y se readapta en tamaño a todas las circunstancias. Lo malo, o lo bueno, según como se mire, era cuando había comida en abundancia como en las Navidades, fechas en las que hasta se comía carne, Entonces de la mesa no te apartaba ni ni el saludo brazo en aLto franquista, y se tragaba como nunca, tanto que el abuelo que nunca faltaba en ninguna casa, te lo decía, "niño, no vayas a beber agua ahora que reventaras" si porque los abuelos sabían mucho de todo, y como habían tenido y cuidado de alguna que otra piara de guarricos, sabían que a estos habían que apartarlos del agua cuando comían maíz porque entonces, si bebían reventaban.
Y es que por esos días de tanto comer nos deformábamos, parecíamos niños preñados de nueve meses, y nos salía una barriga enorme que parecía que llevábamos una mochila colgando del pecho. Pero para estos casos también había sus trucos para comer más, uno de ellos era quedarse unos días antes de las fiestas en ayuno total, porque el parcial ya lo hacíamos involuntariamente, pero después, una vez llenos, no salíamos a la calle a correr, a dar saltos para hacer sitio.
Por estas fiestas la calle parecía un partido de fútbol a media noche, sobre todo porque aún quedaban en la mesa, los turrones, los mantecados, los rosquillos etc.
Los abuelos de aquellos tiempos sabían mucho de todo, y siempre estaban en
las casas, en cada vivienda siempre se tenía uno, y a veces hasta dos, todos vestían de negro, de luto, era como un uniforme que valía para todos S,y la familia que no los tenía se los dejaban unas a otras, si porque una casa sin abuelo era rara, y parecía como que le faltaba algo, pero como sabían mucho y de todo, daban a la familia buenas ideas para llegar a fin de mes, ideas que ahora se podrían llevar a cabo, sobre todo si el pago de la hipoteca coincide con ese final de mes.
Una de ellas era la de comer “ a la carta.” ¿Qué cómo se come eso? `Pues a la hora de la comida con los cubiertos y las servilletas preparadas, la familia se reunía para comer y se repartía las cartas de una baraja, una a cada comensal y al que le salía el as de Oros, ese comía. Yo tenía un primo que tenía mucha suerte con esto de las cartas y había semanas que comía hasta tres días seguidos, y estaba gordo y lustroso, mientras que sus pobres hermanos daba lástima verlos, todos canijos, escuchimizados, tiñosos, con pulgas, una pena de niños. Pero no sé que le hicieron sus hermanos en la boca, al de la suerte, que por alguna rara enfermedad que al poco tiempo de ganar siempre con las cartas, pasó a que solo podía beber agua y caldo de gallina., Después se quedó canijo y tan escuálido como todos.
Éramos los niños de aquella época expertos en el ayuno, tanto que hasta sabíamos dibujar el mapa del hambre, tan bien, tan detalladamente que el maestro nos felicitaba y todo. Y el cura como nos conocía de cada tarde, de cuando esperábamos el pan con chocolate, una porción de tan codiciado manjar que únicamente lo chapábamos y le pegábamos pequeños mordisquitos para que durara más, cuando nos confesaba no nos ponía la penitencia del ayuno, para que si ya la llevábamos puesta.
Pero hambre lo que se dice hambre no pasábamos, …¡¡.hombreeee!! ganas de pasteles y dulces, como todos los niños, que en la pastelería del barrio, el dueño tenía que despegarnos cada tarde con una enorme espátula del cristal del escaparate que se lo dejábamos todo perdido, lleno de babas y de sudores de los manotazos, y hasta de pelos pegados por los cabezazos.
Pero hambre lo que se dice hambre de morirse no, entonces había mucho pescado frito, mucha verdura, y mucha patatas fritas. o sea que hacíamos una dieta autentica mediterránea tirando a subsahariana. O sea, de comer había, no las tonterías comestibles de ahora que hace a los niños gordos y fofos, antes estábamos fuertes y ágiles, y raquíticos aunque soñando siempre con un bocadillo de anchoas en aceite de oliva.
Pero hablando tanto de comer, esto da hambre, y me voy a desquitar de esos tiempos pegándole un viaje al cuerpo sonrosado de mi pata negra que me está esperando.
Rocinante- Magna Cum Laude
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