El bar Jaen

EL BAR JAÉN

La mañana esta grisácea, fría y desapacible, y desde el coche diviso un cielo mortecino con un Sol escondido detrás de unas nubes brumosas.

Por la carretera de la costa no me siento cómodo porque hay que ir a según la limitación de 40 Km / hora, además que grupos de ciclistas que aprovechan para salir los fines de semana estorban a la circulación de los coches, y hay que sortearlos con el peligro que conlleva invadir el carril contrario, así que a la altura de Alella, me desvió para arriba, y cojo la autopista.

Conozco casi toda Andalucía, pero Jaén precisamente no, nunca lo he visitado, pero este local, bar restaurante hacia donde me dirijo, retiene en sus paredes algo de mi pasado, y para reencontrarlo y vivirlos, de vez en cuando le hago una visita.

Por la utopista hay poco tráfico, y se circula con comodidad. y al llegar a la altura de Areyns de Mar me salgo, llego al pueblo y enfilo la carretera que sube hasta Areyns de Amut, allí las calles están vacías, y el frío lo inunda todo, hasta la bandera del club de futbol de la villa se ha congelado tiesa e inmóvil en el mástil, sorteando las calles en busca del local, me tropiezo con la inmensa torre de los Puyol cuyas altas murallas te dicen en donde acaba lo público y empieza lo privado.

Cuando aparco, se divisa que allá abajo sobre las aguas de la playa, los rayos del enfermizo y tímido Sol, que se mece en sus aguas tranquilas.
Cuando entro en el bar, en la puerta, un aire caliente lleno y salpicado de voces, gritos y risas me recibe, solo le falta el denso humo a tabaco de otros tiempos. En la barra concurrida los grupos de clientes parece que compiten a ver quién grita más fuerte de todos. Abunda el buen ambiente y por el suelo y como recuerdo de la adolescencia de cuando entraba en los bares para recoger las chapas con las que jugábamos aquellos niños de pantalones cortos y remiendo en las culeras. Cascarás de cacahuetes, de gambas, papeles, y un escandaloso murmullo que me sigue cuando atravieso la primera estancia y llegó a la del comedor, espaciosa y con mesas grandes, y que esta detrás de la barra. En mi camino el murmullo escandaloso me acompaña como una pareja fiel, y el dueño, obeso, redondo al que en su camino de aquí para allá de detrás de la barra, le molesta todo y tiene que ir apartando las cajas de cerveza de su paso, me saluda con aquella pícara sonrisa de que ya le empieza a pegarle tientos a la botella que tiene apartada en un rincón, por la noche será su hermano gemelo quien tendrá que relevarlo, cuando ya no se tenga en pie.

Me siento en una de las mesas que está rodeada de varias familias alegres que celebran el domingo con platos y bebidas abundantes, reniego del menú y me intereso por la gran variedad de tapas, el tapeo, esa forma de comer de nuestro país, y que tanto gusta fuera de nuestras fronteras. Cuando se acerca Gabino uno de los camareros que me conoce de otras vistas nos saludamos y le pido un poco de todo.

Gabino es de Fondon, un pueblecito que existe en la serie de montes que hay entre Almería y Granada, es pequeño y de estrechas calles tan pequeño que en sus fiestas mayores tiene que poner las atracciones en el campo abierto. Allí pernocté una noche en la casa del médico, la más grande del pueblo. Bajando hacia El Ejido el mar de plástico adecuado adjetivo que le viene en su justo término se ve inundando todo lo que abarca la vista, y después ya llegando a sus cercanías, kilómetros y kilómetros de ese plástico te acompaña. El Ejido, la huerta de Europa como también lo llaman, tiene más bancos, sucursales, inmobiliarias, negocio y capital que supera a la propia Almería. Y ya en la general con la idea de volverme, a esta última, y viendo un indicador que mostraba los kilómetros para llegar a Málaga, hacia allí me dirigí.

Las patatas fritas caseras, y en su punto justo de fritura es lo que más me gusta de este rincón de Andalucía, y hacia ellas me dedico con afán lamentado que a este montículo de la bandeja, le falta un par de huevos fritos coronándolo. Como de todo y no acabo nada, y al final, y después de varias copas de la cerveza tostada de la casa, postre y café que le sigue, me dedico a observar a mis comensales vecinos que están a lo suyo y lo pasan bien, solo la chica de una de las mesas algo más apartada me observa con descaro, quizás me ve como una nota discordante en el paisaje del comedor, como algo raro que destaca de lo familiar del local, y que no se ajusta a lo conocido, no le prestó atención y me dedico a recordar aquellos tiempos en que a falta de otras distracciones, el bar, los bares, eran los únicos sitios de encuentro, y de distracción de la gente, se bebía mucho antes, en aquellos años, mucho más que ahora, y me preparo para irme, cuando me acerco la barra para pagar el dueño, Martin está enfrascado en una de las animadas conversaciones, y como entra en ese momento el vendedor de cupones, me dirijo hacia él con idea de comprarle un cupón, este se va hacia el fondo de la barra y desaparece, y cuando llego adonde esta, ya no es él, han desaparecido los cupones y llevando en la mano una enorme jarra de cerveza y absorbido por sus nuevos amigos, ya no conoce a nadie, se diría que sea transformando en otro.

Martin ya no se aclara con la máquina registradora, y a duras penas atina a teclear. Un borracho empieza a cantar, y que para que su cante se destaque del enorme murmullo, tiene que gritar tanto que Martin le llama la atención. La tele a la que nadie presta atención colabora y se une al escándalo del local.

Mi amigo el frío que lo dejé esperándome en la puerta, me recibe con un abrazo tan fuerte que tengo que subirme la cremallera de la chaqueta de lana y abrocharme los botones del abrigo. Antes de salir me despido con la mirada deseando que este ambiente de bar de otros tiempos nunca desaparezca, y ya camino de la máquina rodante, la nostalgia viene a mi encuentro cuando recuerdo los buenos tiempos que pase en mi añorada Andalucía.

Dorogoi escribió:Es linda la Andalucia. La recorrì toda en la parte del Mediterràneo; includia Gibraltar. No llegué a Jaén sino hasta Granada. Tampoco legué a Sevilla, que todos me dicen que es hermosa. Yo adoro España; y la parte del Mediteràneo me llama a volver.

Tenemos pensado ir a visitar algunos lugares de Andalucìa y Catalunya para ver si hay uno especial que nos atrape para ir a vivir nuestros ùltimos años cuando dejemos de trabajar (o quizàs antes con esto del trabajo remoto).

Te saludo.

Hola Doro, Sevilla no la conocía y como creo que ya dije aquí, la visite por el mes de noviembre, y si, aquello que dice la canción que tiene un color especial, es verdad, estuve en el barrio de Triana, cuna de cante y bailes, aquello lleno de bares por donde pude ver y saludad a gente famosa del cine y la tele, y bajando por las orilla del Guadalquivir es algo de ensueño e inolvidable, porque a lo largo de la orilla derecha, esta toda llena de terrazas, de hoteles y de bares, siempre llenos. La gente también
es especial alegre y amistosa, al menos, para mí muy al contrario de otras comunidades. Allí se te hacen amigos solo por que le compres cualquier cosa.

Me impresionó Sevilla como en su tiempo me impresionó Málaga, pero lo del Guadalquivir y la torre del Oro, y el parque de Maria Luisa etc, es para visitarlo más de una vez, o quedarse a vivir allí para siempre.

Saludos